Hay cosas que hay que dejar escapar como la arena entre los dedos, entreabriendo un poco la mano para dejarla ir, lentamente, a veces tenemos las manos tan cerradas, tan apretadas, que nosotros mismos impedimos que aquello que tiene que irse, se vaya.
Después, cuando miramos la mano vacía, libre, limpia, no hay miedo de ausencia porque en ella caben ahora aquellas cosas adecuadas.
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