Una semana pasada por agua. Mientras veía llover, el cielo pintado de gris con pinceladas muy negras y tenebrosas a veces, mientras para unos era un cuadro horroroso, me pareció que como en muchos cuadros, una preciosa pintura podía ocultar este horroroso cuadro. La lluvia como elemento esclarecedor, purificador, renovador, de nuestros interiores, nuestras vidas. La lluvia que borra sutilmente sin lastimar ni dañar, y se lleva aquello que necesita ser limpiado. La lluvia que clarifica, limpia, refresca, y nos deja ver de nuevo, cambiar, empezar de nuevo. Cuando nuestro interior y nuestras vidas más sedientes, cansadas y ardientes pueden estar, una lluvia fresca y pura viene a calmarnos, apaciguarnos, darnos un nuevo soplo de vida, a que a pesar de que todo parezca intacto, sea distinto, a que esa esencia se renueve. Basta con dejarse empapar. ¿Acaso las flores, los árboles, los campos, se refugian, huyen?.....se abren de par en par y reciben......¿no está todo más bello después del aguacero?
La piel pide a gritos dejarse empapar y disfrutar después de esa frescura, de esas gotas perdidas como suaves caricias que niegan secarse, de la humedad que nos moje las entrañas, recorra nuestro cuerpo como un río, y nos renueve y haga resurgir con esa paz y descanso recibido. La piel nos pide tregua, solo basta con dejarse empapar.
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